lunes, 15 de septiembre de 2014

DCODE

Dcode Festival
13/09/2014
Universidad Complutense de Madrid
Instalación Deportiva Cantarranas
Madrid

Qué escucho mientras escribo esta entrada: Angel Olsen (Burn your Fire For No Witness), Royal Blood (Royal Blood), Beck (Itunes personal), Anna Calvi (Anna Calvi).

En ocasiones alguien te regala una entrada para un concierto. Y en otras, te regalan dos. Dos somos Raquel y yo, y yo, amante de la música como soy, me dejo llevar, normalmente en moto, allá donde tengo una entrada para un concierto, o en este caso, cuando tengo dos.

La Universidad Complutense de Madrid fue la Universidad donde estudié. Lo hice en el Campus de CC Políticas de Somosaguas, en la periferia rica de Madrid, en el municipio de Pozuelo. Nosotros íbamos a Cantarranas, el espacio deportivo situado detrás de Periodismo (ahora CC de la Información), muy esporádicamente, sobre todo a hacer botellón. Nuestro Campus estaba unido sentimentalmente a Húmera, que era donde nos dejábamos los cuartos y alguna que otra neurona. 

Y a Cantarranas volvimos, ya más más mayores, con canas, dolores de espalda y piernas cansadas, al Festival por excelencia de Madrid en los últimos años: el Dcode, el festival que ha venido a sustituir lo que vino a ser en su época dorada el FestiMad (coincidencia fue que en ambos actuara Beck).

Mi plan de trabajo era claro: Anna Calvi, Bombay Bicycle Club, Russian Red, Beck (por supuesto) y, sobre todos los anteriores, Royal Blood.



Pasaban pocos minutos de las 18:30 del 13 de septiembre de 2014 y entrábamos en Cantarranas, frescos, bajo una tarde en la ciudad que ya empezaba a decirle adiós al verano y bienvenido al otoño. Aún en manga corta, con una ligera brisa, habíamos pasado varios controles de policía para acceder (sí, policía, nada de seguridad privada), y tras el último acceso nos presentábamos ante la apacible pradera (a diario funciona como instalación deportiva) complutense. 

Nos dio tiempo a ver empezar la actuación de Anna Calvi, la británica, de pelo engominado y perfectamente vestida, la que para muchos es la heredera de Patti Smith. Actuaba en el escenario principal, bajo un sol de justicia (esto no debería ocurrir) y presentaba su último trabajo (One Breath), que alternó con los éxitos que la encumbraron en la escena pop y rock con su primer álbum (Anna Calvi). Su actuación correcta, metálica, en la que su guitarra presidió todos y cada uno de sus temas (Blackout, Desire, Piece by Piece).



Tras este arranque inicial, pasamos, cumpliendo los horarios, al escenario secundario que patrocinaba una conocida marca de cerveza (no sé por qué se suele decir esto, omitiendo información, y después sacar una imagen a todo color donde se observa claramente a qué cerveza nos estamos refiriendo; será porque uno es de Mahou), nos acomodamos delante de la actuación de Bombay Bicycle Club, la cada vez más famosa banda del Crouch End de Londres. a la que un servidor ya había visto hacía unos meses en Madrid. Me remitiré a aquella actuación, porque el contenido de la misma (y casi el tiempo) fue paralelo al del Dcode. Sí querré señalar que estuvieron enormes otra vez. Que fueron los que levantaron al personal, sonando otra vez temas como Luna, Overdone, Always Like This, Carry Me o Home by Now. Frente al anterior concierto, más íntimo y sosegado, los ingleses nos activaron las piernas y la cintura para empezar a provocar nuestros movimientos.

Tras dejar atrás el espacio de la conocida marca de cerveza, y ya plenamente conectados al Festival, nos dirigimos hacia donde mi mente, mi corazón, mis orejas, llevaban tiempo querer ir: Royal Blood. En el escenario más pequeño de Cantarranas iba a actuar la banda de rock del momento. El dúo británico (sí, llevamos tres de tres) de reciente aparición (2013) con un único álbum, enorme, grandioso (gracias Ródenas por darlo a conocer) publicado a finales de agosto de este mismo año. El escenario que tocaba era el más pequeño de los existentes. Justo al fondo a la derecha (como los WC en los bares), pegado a la carretera de La Coruña. Denostados, diría yo, cuando por su perfil, proyección y sonido deberían haber actuado en el escenario principal, más tarde y en horario de estrella de cartel. Pero bueno. Allí nos juntamos los que no queríamos ver el fútbol (a pocos metros la organización había tenido la genial idea - para matarlos - de instalar una pantalla gigante para ver el derbi madrileño entre el Atleti y el R. Madrid), y los que queríamos disfrutar de una buena dosis de rock actual, rejuvenecido y grandioso. Y en plena caída de la tarde, ya empezando a anochecer, hace su aparición Roya Blood. Su actuación perfecta, con algún fallo de sonido totalmente relacionado con el espacio donde tocaban (pequeño, reducido, con medios mínimos), pero intenso, desgranando perfectamente el sonido de su álbum, su sonido, con los dos emulando a los míticos Jack y Meg White. Sonaron sus temas que ya empiezan a ser clásicos: Little Monster, Come On Over, Figure It Out (qué buen video tiene esta canción). Lo malo, la duración: poco más de cuarenta minutos que supieron a poco, pero que, por supuesto, satisficieron (solo necesitaban una canción) mis necesidades y adicciones.

A la madrileña Russian Red decidieron asignarla el escenario principal y a la misma hora que Royal Blood. Error. Hace unos años era fiel enemigo de Lourdes Hernández, irreconciliable (aunque nunca concilié con ella) con su música y su todo. Pero gracias Perdóname si no vuelvo a casa esta noche (sábados a la 8 en Radio 3) me enganche, primero poco a poco, después irreconciliablemente, a su Agent Cooper, reconociendo que es de lo mejor que se ha hecho en los últimos años en la escena patria indie. Este álbum, producido en L.A. por el mítico Joe Chiccarelli (productor y colaborador de artistas de la talla de The White Stripes, The Strokes, Morrisey, U2, The Shins, Brian Wilson o Beck) suena muy bien e incluye temas de muy alta calidad. Llegamos a la parte final de su actuación, pero pudimos disfrutar con temas como Michael o John Michael.

Y tras una parada para comer algo, escuchando de fondo a Jake Bugg, cogimos fuerzas para la estrella del cartel: Beck, al que un servidor acudía a verle por tercera vez (aún retengo entre mis mejores conciertos su actuación en Donosti, en un Velódromo de Anoeta a media entrada, en julio de 2001). Como era de esperar, en masa se dirigió el personal a ver su actuación (quiero señalar que esta edición de Dcode tuvo muy poca asistencia, sobre todo comparada con ediciones anteriores). Y, salvo un parón en el que bajó las constantes vitales del público, nos hizo bailar como siempre nos hace bailar. Temas clásicos como Loser, Guero, Devil's Haircut, Where It's At (contando con la participación del público), se juntaron con alguno de su último disco, mucho más relajado que los anteriores (esa cara de niño ya quiere hacerse adulta). Una hora y media que dio para mucho y que, por expectativas mediáticas, fue la actuación del Dcode.

Había más, pero nosotros terminamos con Vetusta Morla, tal vez la banda española del momento, llenando salas y colgando el cartel de No hay Billetes allí donde actúa. No me gustó el sonido con el que Pucho y los suyos tuvieron que lidiar. En su concierto se juntaron todos los festivaleros, a pleno rendimiento. Ya estaban allí los futboleros, los que habían cenado, los que habían bailado a Beck, los que iban seguir bailando para la fase disco de final del festival, y sobre todo, los que venían como van a un bar de copas: a charlar. Todo ello se juntó para sufrir su actuación, sin, por supuesto, quitar mérito a los de Tres Cantos. Una actuación muy trabajada (llevan meses en la carretera), con un elenco que ya se conoce muy bien el repertorio (presidido por su último álbum, La Deriva, y por el aclamado y premiado Un día en el Mundo). Temas como Copenhague, La Deriva, Golpe Maestro, Sálvese quien pueda (qué bien sonó, pese a los elementos) hicieron las delicias de sus seguidores y contentaron a los allí presentes.

Mediando la una de la mañana, ya cansados físicamente (más de siete horas de festival son sólo ámbito de veinteañeros), con los deberes ya hechos, y sintiendo no poder tener más fuerzas para disfrutar de Wild Beast o Churches, nos dirigimos hacia la salida. Sólo unos pocos abandonábamos el festival, dejando atrás sonidos de la última chispa de este verano, caminando, como era nuestro caso, hacia un otoño de Rosendo, Future Island, Angel Olsen y, sobre todo, Morrissey.





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